Victor Voltio XLIV
Primavera en Santiago
Es primavera en Santiago. En primavera llueve en Santiago.
Llueve mucho. Pero no llueve agua, llueve pétalos. Pétalos de color morado del
Jacarandá, un árbol muy presente en las calles de Santiago. Si me siento a
comer en el patio de mi casa, seguro que acaban cayendo dos o tres flores en la
ensalada, es que también en el patio hay un Jacarandá. Bonitas son, las flores
del Jacarandá, pero ¿sabrosas? Regulín, pero el color morado queda bien entre
lechuga, cebolla y tomates. También llueve pétalos anaranjados de un árbol más
grande, se llama Granado, como me explica Pepa, que sabe más de botánica que
yo.


A veces uno tiene suerte, también me podía haber tocado
enfrente una banda de Punk que intenta forjar un acorde entre el Do y el Mi a
la fuerza y a cien decibelios.
En el parque forestal,
al lado del rio, siempre hay vida. Muy de moda este año está la cuerda floja,
una cinta que se tensa entre dos árboles. Luego saltas encima y juegas con los
botes que das. Vistoso entretenimiento. En la calle tío ñoño, perdón, Pio Nono,
terrazas y bares, restaurantes para elegir. Músicos callejeros amenizan el
ambiente. Si pides una cerveza, una jarra de medio litro es estándar- nada de
cañas. Si pides una caña, te traen un vaso de vino. Pero no solo se bebe,
también hay cultura, galerías, espacios creativos, varios teatros. Muchos artistas viven en el barrio, mi casero
es pintor, al lado vive un auténtico mago.
Hace unos días, paseando, veo la
puerta del Teatro Cinema abierto, un cartel anuncia la presentación de un
libro, un libro sobre una alemana. “Ingrid Olderock, la mujer de los perros” se
llama el libro. Ya que no tenía nada que hacer en particular, entraba a
curiosear. Relata la autora del libro, la periodista Nancy Guzmán, que Ingrid
Olderock es hija de una familia alemana de ideología nazi, que emigró a Chile en 1946. Ingresó Ingrid en la DINA,
la secreta de Chile, en el 73, con el golpe de Pinochet. Era una de las pocas
mujeres que trabajaban en los centros de detención del régimen. Instruía a
otras mujeres en el arte de la guerra sucia y en interrogatorios. Pero ahí no
se quedó la cosa. Ingrid tenía un perro, un pastor alemán, de nombre Volodia. Y
la muy hija de puta se empeñó en adiestrarle al perro a violar a las
prisioneras. En una mansión en la calle Irán 3037, llamado “venda sexy” el
pobre animal obedecía a las órdenes de su dueña entre risas y aplausos de los
guardianes. Salí del teatro con ganas de vomitar. Es un episodio siniestro, pero es parte de la
realidad y del pasado chileno. Y está bien que no se cubra con un tupido velo
del olvido estas atrocidades, sino que se mantenga vivo el recuerdo, para que
nunca más se vuelvan a repetir.
Un cálido abrazo desde el país de
las frambuesas
Victor Voltio
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