Victor Voltio
Echando chispas
XXXIV
La vuelta pá
casa
¡que gusto da
volver a casa! Volver a ver a
los amigos, tomarme una anchoa en salmuera y volver a ver un cielo que tiene el
color que debe tener: azul. ¡Hasta en invierno! ¡Basta ya de matices de grises,
que no puedo con ello! Los que pensáis en marcharos, tened eso en cuenta: el
frio da igual, es cosa de vestirse bien, pero el cielo gris no tiene remedio,
no hay bufanda ni gorra que arregle eso. Es por eso que los alemanes salen en
manadas a pasar unas semanas en las islas Canarias en enero. Pues de momento
cambio el título de mis epístolas de `notas de un emigrante’ a ‘echando
chispas’, porque pienso seguir escribiendo y razones para echar chispas no
faltan…
¡Estoy en casa!
Dejo las maletas y me instalo. Fajos de cartas en la mesa. Los repaso- el
Banco, Facturas de Endesa, impuestos del Ayuntamiento, perdón- del
excelentísimo Ayuntamiento - y de bruces doy con la realidad. Vengo de una
República, donde los ayuntamientos son entes administrativos que se encargan de
los asuntos en común de los ciudadanos y se llaman así: ayuntamiento - sin más.
¿Pero por qué coño se auto determinan aquí excelentísimos? ¿No bastaría con
llamarse ayuntamiento? Para decir verdad, si veo las cifras de endeudamiento, ¿por
qué no nos dirigimos en las cartas al ‘pésimo ayuntamiento’, ya que les parecen
gustar los superlativos? Por las deudas, digo. Es como dar el salto de la
república a la monarquía, del siglo 21 al siglo 19… Excelentísimo… me llama la atención. ¿Qué es
lo que define si son excelentísimos? ¿Será que hasta 100 millones de € de deuda
son excelentes y más allá de 100 millones de deuda son excelentísimos? ¡Que
algún amigo letrado me lo explique, por favor! Es que he estado fuera mucho
tiempo, que no me entero. También me encuentro alguna carta, una invitación ya
caducada, del Sr. Alcalde, para una exposición, perdón, del Ilustrísimo Sr.
Alcalde. ¡Pero por favor! No le basta con ilustre, ¡tiene que ser el superlativo,
ilustrísimo! ¿Pero bueno, cómo se justifica semejante adjetivo? Vamos a ver- el
alcalde es un empleado de los ciudadanos, que preside el ayuntamiento (me
ahorro el Excmo.) y nos gestiona los asuntos comunes y nos representa. ¡Y
punto! Es el empleado responsable al que le pagamos un sueldo. Si se merece
llamarse ilustre o hasta ilustrísimo, ya se lo diremos nosotros cuando haya
cumplido con su labor. Eso sería democracia. Lo que trasciende en estos adjetivos
es feudalismo puro y duro. Como decía el filólogo alemán Klaus Dillenberger en
su tratado “Lenguaje y poder” (ed. Nss, 1989, Berlin, p. 128): “Son las
palabras que determinan el pensamiento” Pero en una democracia se supone que el
poder es del pueblo. El alcalde no es el amo que manda sobre sus súbditos, no
es un terrateniente que decide sobre el destino de sus siervos, es nuestro
empleado que le pagamos el sueldo con nuestros impuestos y por lo tanto nos
tiene que rendir cuentas. Si no entendemos eso, no hay democracia. El
‘ilustrísimo’ solo sirve para que se le suba más el ego todavía, que los
políticos ya lo suelen llevar bastante subidito, y por el otro lado nos sugiere
respeto a los ciudadanos que le pagamos. ¡Ah, que es el protocolo, la
tradición! ¡Corta el rollo, hermano! ¿Quién se ha inventado el protocolo? Pues
los ‘Ilustres’… Pues mira que bien. Y el pueblo se lo traga y no lo cuestiona.
Pero si vienes de fuera, donde las cosas se llevan de otra manera, lo que aquí
parece normal, ya no te parece tan normal, y mucho menos si se supone que esto
es un país democrático.
Pues he vuelto
para casa, y he vuelto peleón. A ver si le damos un empujón y pasamos de la
democracia de parvulario a la democracia de licencia, para avanzar. La Crisis
invita para ello.
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