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sábado, 10 de enero de 2015

De vuelta a casa en la ciudad con su excelentísimo ayuntamiento



Victor Voltio
Echando chispas XXXIV
La vuelta pá casa
¡que gusto da volver a casa! Volver a ver a los amigos, tomarme una anchoa en salmuera y volver a ver un cielo que tiene el color que debe tener: azul. ¡Hasta en invierno! ¡Basta ya de matices de grises, que no puedo con ello! Los que pensáis en marcharos, tened eso en cuenta: el frio da igual, es cosa de vestirse bien, pero el cielo gris no tiene remedio, no hay bufanda ni gorra que arregle eso. Es por eso que los alemanes salen en manadas a pasar unas semanas en las islas Canarias en enero. Pues de momento cambio el título de mis epístolas de `notas de un emigrante’ a ‘echando chispas’, porque pienso seguir escribiendo y razones para echar chispas no faltan…
¡Estoy en casa! Dejo las maletas y me instalo. Fajos de cartas en la mesa. Los repaso- el Banco, Facturas de Endesa, impuestos del Ayuntamiento, perdón- del excelentísimo Ayuntamiento - y de bruces doy con la realidad. Vengo de una República, donde los ayuntamientos son entes administrativos que se encargan de los asuntos en común de los ciudadanos y se llaman así: ayuntamiento - sin más. ¿Pero por qué coño se auto determinan aquí excelentísimos? ¿No bastaría con llamarse ayuntamiento? Para decir verdad, si veo las cifras de endeudamiento, ¿por qué no nos dirigimos en las cartas al ‘pésimo ayuntamiento’, ya que les parecen gustar los superlativos? Por las deudas, digo. Es como dar el salto de la república a la monarquía, del siglo 21 al siglo 19…  Excelentísimo… me llama la atención. ¿Qué es lo que define si son excelentísimos? ¿Será que hasta 100 millones de € de deuda son excelentes y más allá de 100 millones de deuda son excelentísimos? ¡Que algún amigo letrado me lo explique, por favor! Es que he estado fuera mucho tiempo, que no me entero. También me encuentro alguna carta, una invitación ya caducada, del Sr. Alcalde, para una exposición, perdón, del Ilustrísimo Sr. Alcalde. ¡Pero por favor! No le basta con ilustre, ¡tiene que ser el superlativo, ilustrísimo! ¿Pero bueno, cómo se justifica semejante adjetivo? Vamos a ver- el alcalde es un empleado de los ciudadanos, que preside el ayuntamiento (me ahorro el Excmo.) y nos gestiona los asuntos comunes y nos representa. ¡Y punto! Es el empleado responsable al que le pagamos un sueldo. Si se merece llamarse ilustre o hasta ilustrísimo, ya se lo diremos nosotros cuando haya cumplido con su labor. Eso sería democracia. Lo que trasciende en estos adjetivos es feudalismo puro y duro. Como decía el filólogo alemán Klaus Dillenberger en su tratado “Lenguaje y poder” (ed. Nss, 1989, Berlin, p. 128): “Son las palabras que determinan el pensamiento” Pero en una democracia se supone que el poder es del pueblo. El alcalde no es el amo que manda sobre sus súbditos, no es un terrateniente que decide sobre el destino de sus siervos, es nuestro empleado que le pagamos el sueldo con nuestros impuestos y por lo tanto nos tiene que rendir cuentas. Si no entendemos eso, no hay democracia. El ‘ilustrísimo’ solo sirve para que se le suba más el ego todavía, que los políticos ya lo suelen llevar bastante subidito, y por el otro lado nos sugiere respeto a los ciudadanos que le pagamos. ¡Ah, que es el protocolo, la tradición! ¡Corta el rollo, hermano! ¿Quién se ha inventado el protocolo? Pues los ‘Ilustres’… Pues mira que bien. Y el pueblo se lo traga y no lo cuestiona. Pero si vienes de fuera, donde las cosas se llevan de otra manera, lo que aquí parece normal, ya no te parece tan normal, y mucho menos si se supone que esto es un país democrático.
Pues he vuelto para casa, y he vuelto peleón. A ver si le damos un empujón y pasamos de la democracia de parvulario a la democracia de licencia, para avanzar. La Crisis invita para ello.

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